Virgen del Trono con cuatro siglos de tradición en Nicaragua

Este año se cumplieron los 461 años de que la Virgen de Trono, patrona de Nicaragua llegó a nuestro país, un dos de agosto de 1562.

En el municipio de El Viejo, departamento de Chinandega las festividades en su honor concluyen el 8 de diciembre, fecha que según el calendario católico, es el día de la Inmaculada Concepción de María, sin embargo, el 6 de diciembre se lleva a cabo lo que se conoce como la Lavada de la Plata, ritual en el que los devotos impregnan algodones con una pasta especial y lustran los accesorios de la imagen.

Según la historia, en 1562 cuando la Virgen era trasladada al Virreinato del Perú, una tormenta obligó a su custodia el español Pedro Cepeda de Ahumada a detenerse en el antiguo puerto de La Posesión, conocido hoy como El Realejo.

De acuerdo a un escrito del doctor Jorge Eduardo Arellano titulado “Nuestra Señora del Trono en El Viejo y su romería”, “si el origen de la devoción en Granada se vinculaba a la defensa militar frente a los saqueos e incendios de los piratas, la de El Viejo tenía origen marinero”

“Tiene media vara y en la misma que dio Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús (1515-1582) a un hermano suyo pasado al Perú, para que fuese guía y norte en su camino. Pero a causa de unas borrascas, el barco en que navegaba quedó varado en El Realejo y por la insalubridad del puerto y villa, se retiró al poblado de El Viejo y se llevó también la Virgen, la colocó en el altar mayor”, indica el historiador Jorge Eduardo Arellano.

Destaca el documento que por voluntad divina la Virgen del Trono se quedó en El Viejo.

 “Los indios no resistieron a que su propietario (don Pedro Cepeda de Ahumada), se la llevase. Tras embarcarse en El Realejo otra tempestad lo devolvió a tierra y decidió entregarla al pueblo, pues interpretó que era voluntad de Dios y gusto de la Virgen que aquella santa imagen se quedase en aquel pueblo de indios, bautizado El Viejo por el apodo del anciano y muy respetado cacique Agateyte”.

La tradición de la lavada de la plata

En el escrito recopilado por Jorge Eduardo Arellano se describe no solo la belleza de la imagen de la virgen, sino la tradicional lavada de la plata todos los 6 de diciembre en El Viejo, Chinandega.

“De faz bellísima, la pequeña imagen se enmarca en un hermoso baldaquino de plata y su peana lleva la siguiente inscripción de un marinero español: “Esta peaña la dio el capitán don Francisco de Aguirre, año de 1678. El frontal de plata es de 1703 y su corona de oro macizo de 1747. Otras joyas la adornan, singularmente una esmeralda engastada en oro con forma de tortuga y un gusano de filigrana de oro. Todos estos “exvotos” son lavados en el atrio por los feligreses cada 6 de diciembre, constituyendo una típica ceremonia conocida como “La lavada de la Plata”.

Azarías H. Pallais y la Virgen del Trono

De acuerdo al escrito de Eduardo Arellano “Nuestra Señora del Trono en El Viejo y su romería”, el poeta y sacerdote leonés Azarías H. Pallais (1884-1954), narró una anécdota de su niñez en la ciudad universitaria.

Según su testimonio tenía 10 años cuando a la medianoche del siete de diciembre de 1894, en su casa de León, situada en las cercanías de la iglesia La Recolección, su papá les dijo:

“! Voltéense todos del lado de El Viejo!

–– ¿Para qué?, dice uno de los niños.

Y la madre, doña Jesús Bermúdez de Pallais, con énfasis sagrado e inolvidable dice:

––Sí, del lado de El Viejo, porque allí está en su trono Nuestra Señora de la Limpia Concepción”.

En 1941 se hicieron las gestiones para consagrar como patrona nacional a Nuestra Señora del Trono, incluso el Pío XII envió un cirio para ocasiones solemnes con dedicatorias en que se auguraba dicho patronazgo.

Sin embargo, tuvieron que transcurrir 70 años para que las supremas autoridades eclesiásticas lo hicieran realidad el 13 de mayo de 2001.

En ese entonces, el obispo de León Bosco Vivas Robelo, en nombre de su clero y feligresía, había logrado que el santuario de la Inmaculada Concepción de El Viejo fuera elevado a la categoría de basílica menor por Juan Pablo II el 7 de febrero de 1996.